¿Fue Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, un (gran) misógino ?
Freud, en tanto hombre, varón, del sexo masculino, claro que lo fue, por
supuesto y desde luego. El hecho de haberlo sido tuvo, y tiene,
consecuencias muy serias para las mujeres: validó la creencia de que son
seres inestables y frágiles, poco confiables por emotivas, entre otras
cosas.
La Misoginia, el odio o desprecio de todos los hombres hacia todas las
mujeres por el simple hecho de serlo, manifiesto en todas las culturas
que en el mundo son, es un rasgo estructural de la mente masculina. Tan
estructural o fundamental como lo es su esqueleto en relación a su
cuerpo. Recordemos que algo es estructural en tanto define a cualquier
cosa como tal, le da o forma su identidad.
A su vez la identidad es la
congruencia o incongruencia entre lo que pensamos que somos y lo que
creemos que los demás piensan de nosotros.
La frágil identidad masculina se define negativamente: ser hombre es,
antes que nada, NO ser mujer. Tomando prestada la famosa frase de Simone
de Beauvoir y aplicándola a los varones: “No se nace hombre, se llega a
serlo”.
Recuerdo cuando niño que mi padre y mis tíos me decían: “Mario esperamos
que llegues a ser un hombre de verdad”. Yo me preguntaba, un poco
confuso, “y…entonces, ¿qué seré, un hombre de mentira, un marciano o
sólo un proyecto de hombre?”.
No me daba cuenta de que no bastaba con
haber nacido con atributos masculinos tenía que demostrar, de acuerdo a
las exigencias de mi cultura, que era “todo un hombre”. Y serlo era no
tener, no mostrar, nada que se pareciera a una mujer: nada de modales
gráciles o dramáticos, ni sentimentalismo, delicadeza, sociabilidad,
lágrima fácil, tampoco expresión abierta de las emociones, ni ser
dependiente, ni gustar del baile, ni ser fanático de los grupos Queen y
Abba, ni de Juan Gabriel…y un larguísimo etcétera que depende,
nuevamente, de la cultura a la que se pertenezca.
¿Por qué tanto afán en diferenciarnos de las mujeres?
Por resentimiento, por envidia y por miedo.
El miedo nos viene de milenios. Imaginemos al hombre primitivo que
observa que de la sagrada tierra que lo alimenta “salen” cosas vivas,
observa a la mujer con la que comparte la cueva y ocurre lo mismo: de su
vientre “salen” seres semejantes a él o a ella. Sangra cada luna llena y
no muere, alimenta a sus hijos, cocina, hace ropa, atiende a los
enfermos, se ocupa de los muertos. La mujer es para aquel hombre
primitivo, que todos llevamos aun en nuestras cabezas, un ser mágico,
todopoderoso, tal y como experimentamos a nuestras madres cuando niños,
aterrados de que nos abandone.
Resentimiento causado por nuestra absoluta dependencia durante los
primeros años de vida.
Desde que estábamos plácidamente instalados en su
útero durante la única parte de nuestra vida en que vivimos en el
paraíso: todas nuestras necesidades satisfechas de inmediato y del que
somos bruscamente expulsados al nacimiento. Paraíso que toda la vida
buscamos a través del amor pasión, del amor fusión: volver a ser con
ella un solo ser.
Envidia de dos cosas muy concretas: los senos y su virtud nutricia
material y emocional. Las niñas sólo tienen que esperar a crecer para
tenerlos. Nosotros para obtenerlos nos habremos de casar con una de
ellas. Envidia sobretodo de ese órgano casi sobrenatural y altamente
especializado, el clítoris, en la sola función de procurarles placer
sexual ilimitado, carentes por completo de nuestros periodos
refractarios post-orgásmicos que nos dejan fuera de combate durante
minutos u horas, dependiendo de la edad que tengamos.
La capacidad
potencial sexual femenina es mayor que la del mejor y más experimentado
amante masculino, lo cual no hace mucho por nuestra confianza para
satisfacerlas del todo…y que no se vayan. Pesadilla favorita detrás de
nuestra tradicional posesividad, celos y violencia.
Por todo ello y para poder desplazarla de su lugar central en la vida es
que a lo largo de milenios hemos recurrido al odio y al desprecio como
fuerzas motivadoras para hacerlo.
¿ Qué nos queda sino ser conscientes de nuestra misoginia, más o menos
refinada, y mantener con la mujer una relación de complementaridad en
nuestras diversas funciones, de simetría en cuanto a nuestras
correspondientes ventajas y desventajas ?
Nos queda también la posibilidad de amarnos por ser como somos y no como
quisiéramos, única posibilidad de redención y de cambio.
Mario Zumaya
No hay comentarios:
Publicar un comentario