De muchas maneras, ya es un déjà vu, Felipe Calderón del derechista PAN
derrotó a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) del PRD por solo 0,56% de
los votos. Gracias al mordaz libro sobre Calderón del veterano
periodista Julio Scherer García, sabemos que el PAN pagó unos 800.000
dólares a la compañía Hildebrando –de propiedad parcial del cuñado del
presidente– contratada por el IFE para diseñar el software electoral.
Junto con la pista de papel, la confirmación provino directamente de
boca del ex presidente del partido Manuel Espino.
Este año, el
PRI, que gobernó México durante 71 años consecutivos como una dictadura
de facto (“la perfecta dictadura” según el escritor peruano Mario Vargas
Llosa), adoptó una táctica mucho más simple: arrojar dinero por
doquier. Es un procedimiento bastante acostumbrado en, digamos, EE.UU.,
donde las elecciones son una lucha libre corporativa, pero en México
reformas electorales introducidas desde los años noventa fueron creadas
específicamente para impedir una farsa semejante.
Muy útil en la
gran impostura del PRI en 2012 fue el Grupo Financiero Monex, que
canalizó hasta 296,5 dólares de donaciones corporativas e
(inevitablemente) de beneficios del narcotráfico a los cofres de la
campaña de Peña Nieto. Ese dinero no solo ascendía a doce veces el
límite legal de gastos, sino también sirvió para regalos, proyectos de
construcción y otros instrumentos de coerción. Mientras tanto, se
sumaban las historias de matones del PRI que destrozaban material de
campaña de la oposición e intimidaban físicamente a votantes que se
negaban a ser sobornados.
En un divertido acto secundario, el
empresario mexicano-estadounidense José Luis Ponce de Aquino demanda
actualmente al PRI en un tribunal de California porque no le entregaron
los 56 millones que le ofrecieron por la promoción de Peña en su cadena
La Frontera en EE.UU. El pobre bobo ha implicado desde entonces a
compañías como GAP, FIG, GM Global y Jiramos en el escándalo, y afirmó
que recibió amenazas relacionadas con el origen del dinero que le fue
prometido; es decir, el crimen organizado.
Sobre todo, sin
embargo, la victoria del PRI fue cuestión de masiva propaganda. Grandes
agencias de sondeo de opinión como GEA/ISA y Consulta Mitofsky han sido
acusadas de exagerar deliberadamente la popularidad de Peña Nieto
durante meses antes de la elección – predijeron una ventaja de un 40%;
ganó por menos de 10%. Los medios dominantes exageraron esos sondeos sin
cuestionarlos. El (conservador) periódico Milenio se ha disculpado
desde entonces por aceptar a ciegas los sondeos de GEA/ISA, de propiedad
de un miembro del PRI de toda la vida y ex jefe de la compañía
petrolera estatal PEMEX.
Desde el punto de vista de la derecha
mexicana, todo ese “negocio” fue necesario para impedir que el país
cayera en manos de lo que un periódico derechista calificó de “chavismo
al estilo venezolano”. Gigantes extranjeros de las inversiones, la Casa
Blanca y los diez multimillonarios que son dueños de la mitad de la
riqueza de México pueden dormir tranquilos por ahora; gracias a Dios.
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