La mayoría de las personas responderán:
ocho horas. Esa idea se ha vuelto un mito y aunque siga siendo la cifra
que expertos –y mamás– tienen como referencia, lo cierto es que con
menos tiempo, el cuerpo puede descansar y reponer energía suficiente
para un hábito de sueño saludable. Todo depende de lo que cada persona
necesite
Eduard Estivill, especialista en sueño, dijo al diario El País que a
pesar de que al 90 por ciento de la población le resulta efectivo
dormir entre siete y ocho horas, un 5 por ciento necesita más tiempo y
al 5 restante con tan solo cinco o seis horas pueden descansar y estar
activos, sin muestras de somnolencia durante el día.
El
historiador Roger Ekirch descubrió, tras estudiar durante años al sueño,
que a finales del siglo 17, las personas tenían un “primer” y un
“segundo” sueño durante la noche.
Práctica que siguió durante más
de 200 años, pero, en la década de los 20, el experto señala que
desapareció por completo a causa de que llegó la electricidad a las
casas, mejoró el alumbrado público y el auge de los salones de café, que
en ocasiones abrían durante la noche completa.
De hecho, en un
diario de medicina del año 1829, se dice que las personas acostumbraron a
sus hijos a que durmieran solamente un tiempo, “salvo en caso de
enfermedad o accidente, no necesitarán más descanso que el que ofrece el
primer sueño, que deberán acostumbrarse a terminar de forma natural a
la hora normal (…), y entonces, si vuelven a intentar dormirse, deberá
enseñárseles que eso es una mala costumbre que no redunda en su
beneficio”, dijo Ekirch a la BBC.
Y suena lógico. En cuanto
comenzaron a existir tabernas, bares, luego antros y discotecas, los
establecimientos comenzaron a correr su horario nocturno y las personas
empezaron a “vivir de noche”, disminuyendo las horas y el tiempo para
dormir y descansar.
Ekirch dice que la gran mayoría de la
población está acostumbrad
a a dormir ocho horas, pero también, esa gran
mayoría tiende a marcar segmentos durante la etapa de sueño.
A ese
fenómeno lo llama “insomnio de mantenimiento”, en el que las personas
(me incluyo) se despiertan varias veces en las noches y tienen gran
dificultad para volver a conciliar el sueño (aunque te acostumbras y en
ocasiones resulta ser muy productivo trabajar o leer a esas horas de la
madrugada).
Muchas de las personas que se despiertan durante la noche lo hacen con ansiedad y desesperación.
A
las personas que duermen poco, se le llama “short sleepers” (en inglés)
y representan un campo muy atractivo para el estudio y análisis por
parte de los expertos, pues todavía no se puede explicar por qué
necesitan menos horas de sueño y descanso, pero rinden lo mismo que
quienes duermen más tiempo y sin interrupciones.
A pesar de no haber encontrado la causa específica, algunos estudios señalan que se puede deber a la genética.
Por
otro lado, Gregg Jacobs, psicólogo del sueño, apunta que “despertarse
durante la noche es parte normal de la psicología humana”.
Y
Russel Foster, profesor de Neurociencia Circadiana (reloj biológico), lo
secunda señalando que “muchas personas se despiertan por la noche con
pánico (…) lo que experimentan es una reminiscencia del patrón de sueño
partido”.
Ekirch dice que en épocas pasadas, las personas usaban
ese tiempo (entre periodos de sueño o descanso) para relajarse, meditar y
reflexionar. No es de sorprenderse que antes el estrés era liberado
casi automáticamente.
A descansar
Sin
embargo, es importante tomar en cuenta que cuando una persona descansa
menos, se ve afectado su metabolismo y las funciones cerebrales.
Jacobs
señala que hoy no nos tomamos el tiempo para ese tipo de momentos que
pueden ser de gran ayuda y repercutir saludablemente en nuestra mente y
cuerpo, y que “no es una coincidencia que, en la vida moderna, el número
de gente que padece ansiedad, estrés, depresión, alcoholismo o
drogadicción haya crecido”.
En 2011, Molecular Psychiatry publicó
un estudio realizado por la Universidad de Ludwig-Maximilians, en
Munich, en el que se establece la intrínseca relación entre el patrón
del sueño y las alteraciones en el gen ABCC9.
La investigación
analizó a 4 mil personas de siete países diferentes de Europa y
encontraron que las que tenían dos copias de una variante del ABCC9,
dormían menos.
Para profundizar en este hallazgo, se aplicó para
un tipo de mosca (de la fruta) y los expertos vieron que también tenían
una variante del gen ABCC9 las que dormían menos, a lo que el
cronobiólogo Claude Gronfier, uno de los titulares de la investigación,
dijo que “el papel de este gen en la duración del sueño es innegable”.
Otro factor que puede influir es cuánto pesa el ADN de la persona.
Javier
Puertas, dice que la falta de sueño tiene consecuencias contundentes en
nuestra salud, altera el metabolismo, el aprendizaje, la concentración y
la memoria. También, tiene repercusión emocionalmente. Simplemente
recuerda las veces que no has dormido (y más si eres mujer), pareciera
que hubo un desbalance de hormonas.
“Por la noche los seres
humanos reparamos el desgaste físico que hemos sufrido a lo largo del
día y memorizamos lo aprendido”, por eso los niños sí necesitan dormir
bien y descansar adecuadamente.
Estivill dice que “un niño debe
dormir unas 11 horas, un adolescente nueve y el 90% de los adultos entre
siete y ocho”. Aunque ya se estableció que de ese 90 por ciento, hay 5
por ciento que necesita más y 5 por ciento que menos.
El experto
dice que hay diferentes métodos que parten el sueño con el objetivo de
permanecer activos durante el día, uno de ellos es el “sueño
polifásico”, en el que el cuerpo “aprende” a dormir entre dos y tres
horas al día. Y otro apunta que se deben dormir seis siestas de 20
minutos cada tres horas del día.
Pero, la ciencia señala que el
cuerpo no puede aprender a dormir menos, Estivill afirma que “si
pretendemos dormir a trocitos no entraremos nunca en el sueño profundo
ni el REM por lo que nunca tendremos un descanso reparador”.
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